Revista RED Nº 7: ¡Aquí Estamos! Voces de la Juventud Sindical - Desigualdad de ingresos por sexo en Centroamérica y República Dominica

Revista RED Nº 7: ¡Aquí Estamos! Voces de la Juventud Sindical - Desigualdad de ingresos por sexo en Centroamérica y República Dominica

Desigualdad de ingresos por sexo en Centroamérica y República Dominica

Profesor: Lorenzo Ramírez Cardoza

Encargado de Oficina de Juventud, ANDE, Costa Rica

A modo de un breve análisis de coyuntura, este trabajo explora algunos datos sobre la situación de las mujeres en la distribución del ingreso. El análisis se ubica en Centroamérica y en República Dominicana para los primeros años de este siglo, en la medida en que posibilitan las bases de datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Los indicadores utilizados son: el índice de Gini, el índice de feminidad y la distribución del ingreso laboral por sexo. La desigualdad de ingresos se puede entender como el resultado de la desigualdad económica, que es un concepto más profundo. 

La desigualdad económica remite a la pugna por la generación y la apropiación del excedente de riqueza. La arena de lucha de esta pugna, según Pérez (2012; 2019), se encuentra en los mercados básicos, en los cuales se intercambian tierra, capital, entre otros, sobre todo, fuerza de trabajo. 

Desde esta perspectiva, la desigualdad económica tiene origen en dos campos de lucha, los cuales contienen, a su vez, diversas dimensiones. Estos campos son el de explotación y el de acaparamiento de oportunidades de acumulación. En el de explotación, siguiendo a Marx (1975), las personas que carecen de medios de producción, de circulación y de consumo, al no poder trabajar en su propio provecho y el de otros deben vender su fuerza de trabajo y, por tanto, convertirse en trabajadores asalariados. Al ser asalariados, se les expropia del excedente de valor producido. El propietario de los medios de producción, circulación y consumo se queda con este excedente. Existen varias dimensiones para analizar la explotación, una dimensión es la tasa de explotación, presentada por Marx (1975), la cual expone la proporción de valor producida por la clase trabajadora que es apropiada por el capitalista. 

Según Pérez (2012; 2019), una dimensión de la explotación es la proletarización, la cual se da cuenta de los “mecanismos” de coerción para expropiar a las personas de medios de producción, circulación y consumo. Estos mecanismos pueden ser coercitivos extraeconómicos, como el caso de los finqueros que, mediante la violencia, disputan y acaparan territorio de los pueblos originarios, como también la competencia entre empresas transnacionales y pequeños productores que terminan en la quiebra del pequeño productor. El desempleo es una dinámica de la proletarización, en la cual el proletario no encuentra manera de convertirse en trabajador asalariado, no es explotado por el capitalismo, más bien es excluido. 

Otra dimensión de la explotación es la salarización. en esta el trabajador está en ejercicio; es decir, es un trabajador explotado. En esta dimensión, se encuentran las condiciones laborales, desde el acceso al seguro, tiempo laborado, informalidad del sector, hasta la existencia o ausencia de otros derechos laborales. 

En el campo de acaparamiento de oportunidades de acumulación existen barreras que no permiten participar dentro de alguna rama de producción; esto es, el mercado tiene condiciones monopólicas. Así, por ejemplo, no se podría ser un productor agrícola porque las grandes empresas transnacionales acaparan el mercado local e internacional. Las dimensiones en este campo tienen que ver con el recurso monopolizado (agua, tierra, capital, entre otros), las maneras en las que ocurre el acaparamiento (competencia entre grandes empresarios transnacionales y pequeños productores locales) y los efectos de la exclusión para los grupos subalternos (la perdida de medios de producción, el desempleo y condiciones laborales sin derechos). 

La desigualdad económica tiene origen en la pugna por las maneras en las cuales se produce y se apropia el excedente de riqueza, tanto en el campo de explotación como en el de acaparamiento de oportunidades de acumulación. La desigualdad de ingresos remite a uno de los resultados de esta pugna, en la cual una cantidad de ingresos se distribuye de manera inequitativa entre diversas clases sociales. Uno de los indicadores más utilizados para medir esta desigualdad es el coeficiente o índice de Gini, el cual presenta una medida de concentración de ingresos entre 0 y 1, siendo 0 la expresión de una distribución equitativa del ingreso y 1 una distribución muy desigual. 

América Latina es la región más desigualdad del mundo en cuanto a distribución de ingresos. Por ello, llama la atención que durante los primeros 12 años del inicio de este siglo la desigualdad de ingresos haya disminuido en América Latina en general y Centroamérica en particular, salvo el caso de Honduras. Dicha reducción se explica, principalmente, pero no de manera exclusiva, en el aumento del precio de las materias primas que exportan los países de la región, políticas públicas con impacto redistributivo (aumento de transferencias estatales) y un periódico de crecimiento económico sostenido (Sánchez, 2018; Gasparini, 2019). En los países centroamericanos, como el caso de El Salvador y República Dominica, es posible asumir que el ingreso obtenido por remesas desempeña un papel significativo en la leve mejora de la desigualdad. En el Gráfico 1 (ver abajo), se aprecia el comportamiento de la desigualdad de ingresos medida por el índice de Gini para el año 2008 en adelante. 

Se puede observar que los países más desiguales a lo largo del tiempo son Panamá, Costa Rica y Honduras. De Guatemala solo hay un período por lo que no se puede dar cuenta de alguna tendencia, pero, al menos, la cifra en el Gráfico 1 sugiere que tiene un valor de desigualdad significativo, lo que puede clasificarlo como uno de los países más desiguales. Costa Rica mantiene uno de los niveles de Gini más altos durante el período, con una tendencia sostenida en el tiempo, siempre oscilando cerca del 0,500. Panamá se encuentra un poco más arriba, pero con una tendencia a disminuir la desigualdad. El Salvador y República Dominicana tienen una tendencia a reducir la desigualdad de ingresos significativa. 

En estos casos, se puede presumir un papel importante de las remesas a la hora de alimentar los ingresos de sus poblaciones, como se mencionó más atrás. Lo que lleva a interpretar que una de las maneras en las cuales El Salvador y República Dominicana han disminuido la desigualdad de ingresos es a partir de la migración forzada. 

El índice de feminidad de los hogares en situación de pobreza muestra las disparidades en la incidencia de la pobreza y la pobreza extrema entre hombres y mujeres; es decir, cuántas mujeres pobres hay en los hogares por cada 100 hombres. Un valor de este índice superior a 100 indica que la pobreza afecta en mayor medida a las mujeres que a los hombres (hay más mujeres que hombres en los hogares pobres); mientras, un valor por debajo de 100 significa lo contrario (hay más hombres que mujeres en los hogares pobres). Entonces, entre más alto el índice mayor desigualdad en la incidencia de la pobreza por sexo en los hogares; en cambio, entre más bajo mayor equidad (CEPAL, 2019). En el Gráfico 2 (ver abajo), se valora el índice de feminidad para el caso de la pobreza no extrema. 

Los tres países con mayor índice son República Dominicana, Costa Rica y Panamá, de los cuales República Dominicana y Panamá son los que muestran una tendencia al aumento. Al final del período, República Dominicana es el que muestra uno de los valores más altos y una tendencia creciente. En el 2014, por ejemplo, se aprecia que en los hogares pobres hay cerca de 130 mujeres por cada 100 hombres; es decir, 30 mujeres más que hombres. Entonces, en los hogares pobres de estos tres países existen más mujeres que hombres en esta situación, lo que indica un grado de desigualdad importante en la pobreza de acuerdo con el sexo. Panamá aumenta el índice en prácticamente 10 mujeres más, terminando el periodo con un índice de 120 mujeres por cada 100 hombres. 

En Guatemala y Nicaragua existen dos datos, por lo que no se puede apreciar una tendencia. Sin embargo, es posible constatar un valor cercano a 100, lo que implica equidad en la incidencia de la pobreza de los hogares pobres entre mujeres y hombres, es decir, existe una cantidad similar de personas pobres según sexo en dicha condición. El caso de El Salvador y Costa Rica, pese al alto valor de esta última, son los que muestran una tendencia a la disminución del índice al final del período. Costa Rica presenta el valor del índice de feminidad más alto del período y entre los países, en el año 2006 existen cerca de 140 mujeres pobres por cada 100 hombres; es decir, 40 mujeres pobres más que hombres. Luego la tendencia se reduce a partir del 2010. El Salvador muestra una tendencia cercana a 100, lo que muestra un grado de equidad importante, aunque con picos elevados que luego tienden a disminuir. 

El cuadro 1 (ver abajo) contiene la relación en la distribución de los ingresos laborales entre hombres y mujeres por quintil según sexo. Los quintiles dividen a la población en 5 estratos según su nivel de ingresos. En este trabajo se toma el quintil 1 y 5, los cuales representan el 20 % de menos ingresos y el 20 % de más ingresos, respectivamente. La información de cada quintil contiene una razón entre el ingreso percibido por los hombres y las mujeres (se divide el quintil 5 por el quintil 1 para saber en qué número supera el quintil 5 al 1). Por lo tanto, cuanto más alto el valor de la razón, los hombres tienen más ingresos laborales que las mujeres. Un valor cercano a 1 refiere a una distribución equitativa de dichos ingresos entre hombres y mujeres. En cambio, valores menores a 1 sugieren una mayor apropiación de los ingresos de parte de las mujeres que de los hombres. 

Si se compara el quintil de menos ingresos (el quintil 1) con el quintil de más ingresos (quintil 5), se puede apreciar que, en la población de menores ingresos, existe un alto grado de inequidad en la distribución de los ingresos laborales entre hombres y mujeres, los hombres perciben desde el doble y hasta 5 veces más que las mujeres. El caso más desigual es Guatemala, donde los hombres de menores ingresos concentran un ingreso 5.20 veces mayor que el de las mujeres. El Salvador y República Dominicana muestran los valores más bajos, pero aún muestran una alta disparidad, dado que la razón tiene un valor de 2, esto significa que los hombres de menos ingresos concentran el doble que su par femenino. El quintil 5 contiene valores cercanos a 1, esto sugiere que en los estratos de mayores ingresos las mujeres logran concentrar un ingreso muy similar al de los varones. Como en el caso anterior, Guatemala expone los valores más desiguales. 

A modo de conclusión, es posible realizar un comentario general sobre la situación en la distribución del ingreso por sexo. Por falta de datos no es posible observar una tendencia en Guatemala y Nicaragua. En el período de estudio, el único dato de Guatemala para el índice de Gini es del año 2014, en el cual se sitúa como el país más desigual de la subregión centroamericana. El índice de feminidad para este país muestra una paridad en la incidencia de la pobreza. Sin embargo, son las mujeres guatemaltecas las más afectadas en la distribución del ingreso laboral en la subregión. La desigualdad medida por el Gini para Nicaragua la sitúa con una desigualdad similar a la de Costa Rica y Honduras. Mientras que su índice de feminidad se encuentra cercano a 100, con un grado de equidad importante. Aunque, al igual que Guatemala, tiene una de las desigualdades más importantes en la distribución del ingreso laboral entre hombres y mujeres. 

Costa Rica, Panamá y Honduras tienen una tendencia elevada en la concentración del ingreso medida por el índice de Gini. Asimismo, en Costa Rica y Panamá se encuentran índices de feminidad significativos. Esto sugiere que, en estos países, los altos valores del Gini coinciden con una mayor pobreza de las mujeres en sus hogares. Sin embargo, la distribución del ingreso laboral por sexo tiende a disminuir en ambos; es decir, en estos casos el mercado laboral ha reducido el impacto de la desigualdad. Lo que sugiere que las mujeres más afectadas son las que padecen la pobreza y el desempleo. En cambio, Honduras muestra una de las razones más inequitativas en la distribución del ingreso laboral, en este caso, se combina la desigualdad medida por el Gini con la inequidad en el mercado laboral. Esto último ocurre, aunque sin los datos necesarios para ver una tendencia, en el caso de Guatemala y Nicaragua. 

República Dominicana, pese a que tiene un Gini menor que los países anteriores, posiblemente por las remesas, muestra la mayor tendencia al aumento en el índice de feminidad, lo que lo posiciona como el país en el cual tiende a existir más mujeres pobres que hombres en los hogares. Mientras El Salvador, también con una desigualdad de ingresos menor a la del resto de países, por una causa similar a la de República Dominicana, expone un índice de feminidad y una distribución del ingreso laboral equitativa en relación con el resto de los países. El Salvador es el único caso en el que se acompañan tendencias en la reducción de la desigualdad: una reducción del índice de Gini, un valor cercano a 100 del índice de feminidad (un valor equitativo) y uno de los valores más bajos en la distribución del ingreso laboral entre hombres y mujeres (registra cierta equidad). 

Entonces, se observa una asociación entre altos valores de desigualdad medida por el Gini y una alta incidencia de la pobreza de las mujeres en los hogares, como es el caso de Costa Rica y Panamá. La desigualdad para las mujeres se agrava en los países cuyo mercado laboral es inequitativo, como en Guatemala, Honduras y Nicaragua, lo cual significa que oportunidades laborales con salarios semejantes pueden mejorar las condiciones en la distribución del ingreso en las mujeres. Finalmente, se considera fundamental para reducir la desigualdad económica y de ingresos la distribución equitativa de medios de producción, circulación y consumo entre hombres y mujeres; es decir, cuando las mujeres y los hombres sean propietarias colectivas de los medios que les permitan vivir, como la tierra, el agua y demás recursos naturales, la desigualdad tendería a disminuir de manera significativa. 

Bibliografía
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), La autonomía de las mujeres en escenarios económicos cambiantes (LC/CRM.14/3), Santiago, 2019.
Gasparini, L. (2019). La Desigualdad en su Laberinto: Hechos y Perspectivas sobre Desigualdad de Ingresos en América Latina. Documentos de Trabajo del CEDLAS Nº 256, diciembre, 2019, CEDLAS-Universidad Nacional de La Plata.
Pérez, J. P. (2012). Capítulo 1. Exclusión social. Una propuesta crítica para abordar las carencias materiales en América Latina. En J. P. Pérez (Ed.), Sociedades fracturadas. La exclusión social en Centroamérica (págs. 11 - 47). San José: FLACSO.
Pérez, J. P. (2019). La rebelión de los que nadie quiere ver. Respuestas para sobrevivir a las desigualdades extremas en América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI .
Marx, K. (1975). El Capital. Crítica de la economía política. Cuidad de México: Siglo XXI.
Sánchez-Ancochea, D. (2018). América Latina en la larga historia de la desigualdad. En M. Puchet, y A. Puyana (Edits.), ¿Hacia una América Latina menos desigual? Reflexiones después de una década de éxito (págs. 95-117). Cuidad de México: FLACSO.

Lea y descargue la versión digital de la Revista RED Nº 7: ¡Aquí Estamos! Voces de la Juventud Sindical (en PDF) en este enlace.